Enero Veintiocho

Allí, en el fin del mundo…

Una vez más recorro los inhóspitos pasadizos de mi mente confusa. Encontré un camino que me lleva más allá. Esperanzador me pareció aquel súbito descubrimiento. Afrontando todas las consecuencias, incluso que al mirar atrás no fuera si no una efímera fantasía. Sopesé a delante con un pequeño paso, siempre calculando bien dónde lo depositaba. Los demás fueron más arriesgados que los otros, al final simplemente oía crujir las hojas secas del sentido común no utilizando, bajo mis pies; esperé con ilusión que aquello me llevaría a alguna parte. Una fuerza inmensa irradió mi deseo de seguir. Un camino bello se abría ante mí, que entre luces y sombras prometió ser el preámbulo de un viaje maravilloso. ¿Sería yo capaz de salir por completo del camino marcado y cruzar finalmente rumbo a lo desconocido? Claro que sí! Pese a que mi realidad estaba tan llena de miedos irreales. Con los continuos pasos que daba iban cayendo mis temores, mis complejos, mis iras, mis sueños frustrados y según iban cayendo iban convirtiéndose en tallos fuertes que, en un abrir y cerrar de ojos, convirtieron la llanura en un frondoso vergel ¡Al fin ha valido para algo bueno! -me dije al oído. Presentía que quedaba poco para llegar a ese lugar, ese lugar en donde ya nada importara, nada excepto lo maravilloso que era estar viva…mejor aún sentirse viva… ¡Lo logré! Y llegue al fin del mundo en mi mente, como todos aquellos que no se atreven a afrontar una vez más la rutina diaria, la sordidez de la vida hipotecada, de tantas noches sin amor, de tantos sueños bajo llave.

Allí, en el fin del mundo, por fin fui feliz.

©Nilda Calderón Zamora Feliz