Enero Veintisiete

Mi Eterno Gigante

Recuerdo cuando yo era pequeñito y parado junto a mí eras un gigante. Tu voz era como un trueno que surcaba el espacio. Al caminar, eran tan largos tus pasos que yo siempre quedaba rezagado. Con cuánta facilidad levantabas aquello que para mí era imposible mover. Me encantaba retarte y te hacía preguntas para aprender de tus sabias respuestas Después crecí hasta rebasar tu estatura. Desde entonces son más largos mis pasos y eres tú quien queda rezagado cuanto juntos caminamos. Ahora levanto pesos con los que tú no puedes. Estudié mucho más que tu y aprendí que muchas de tus respuestas eran incorrectas. Estás consciente de mis conocimientos y vacilas al responderme por temor a equivocarte. ¡Con cuánto orgullo le dices a tus amigos que tienes un hijo sabio! Yo, consciente de mi ignorancia, no te contradigo por no desilusionarte. Aún así, en algo no he podido superarte; en tu fe inquebrantable en Dios y en un mundo mejor. Cuando a escondidas de la vieja, bajas por el callejón hasta el cafetín a darte el «trancaso» de ron que el médico te prohibió, te grito, –¡Viejo, aún eres mi gigante! Pero tus oídos, también atrofiados, ya no me escuchan.

©Jovino González Padre e Hijo